sábado, 4 de octubre de 2008

En el reino de los hombres, el perro es el rey

Te fuiste un día de Octubre hace ya cuatro años, y no quiero mentir, pero juraría que no pasa una noche sin que piense en ti. No te imaginas lo que te echo de menos, ni lo que me arrepiento de muchas cosas que tuvimos que pasar. Aunque ya no estés aquí, quiero decirte que mi intención nunca fue hacerte daño, y que puedes estar segura de que fuera a donde fuera te habría llevado conmigo. Pero no me dejaron y nos tuvimos que separar. Y lloré de impotencia. Y aún te sigo llorando.

Recuerdo muchísimas anécdotas contigo. Quizás en la mayoría de mis recuerdos importantes de la infancia estás presente. Es lógico, siempre estábamos juntas, como si fueras la hermana que nunca tuve. Y a veces sé que te fallé pero tú, leal hasta la muerte, nunca lo hiciste.

Jugábamos al fútbol en el parque y a los cochecitos por el pasillo. Presumía de ti frente a mis amigos porque sabía que ninguno de ellos sería nunca tan bueno como tú. Y con el tiempo fui descubriendo que estaba en lo cierto. Quizás influiste en mí más de lo que te imaginas. La pena es que no nos vimos crecer lo suficiente, pequeña.

Y me considero afortunada cuando digo que en toda mi vida he perdido a muy pocos de los importantes. Parece como si la muerte me diera una pseudo-tregua y no revolotease en exceso a mi alrededor.

Al primero que se llevó fue a mi abuelo, justo cuando empezaba a comprender que era un punto de luz rodeado de oscuridad. Siempre será mi favorito de entre toda mi familia paterna. Era verdaderamente una muy buena persona, que desde joven vivió rodeado de buitres. A veces pienso cómo habría sido él si hubiera conocido a otra mujer que no fuera mi abuela, si no se hubieran encontrado nunca o si no hubieran tenido hijos pero es posible que entonces yo no estuviera aquí. Así que supongo que he de agradecerle por las decisiones importantes de su vida.

Al cabo de unos cuantos años, te tocó a ti. Saliste a pasear tan loca y tan nerviosa como siempre, y no te diste cuenta de que un camión se abalanzaba sobre ti. Cuando me dieron la noticia me eché a temblar. Por aquel entonces ya no nos veíamos tanto, pero ¿Qué iba a hacer yo ahora que no te vería más? Quizás si yo hubiera estado contigo ahora tú estarías aquí conmigo. Pudo ser un castigo por no prestarte la atención que merecías pero tú no tenías la culpa, y mucho menos merecías morir.

Y ahora me acompaña mi melancolía mientras te escribo con los ojos vidriosos; pensando que me haces falta, descubriendo que eres la única con la que siento esa ausencia que nadie más puede llenar. Otros vendrán a mi vida, y, no te lo niego, me darán alguna que otra alegría...pero como mucho serán parecidos a ti porque tú, querida amiga, eres irremplazable, la primera, y sobre todo, la única.

Ahora dime, tú que superas en bondad a la humanidad, ¿Cómo se puede querer así a un animal?