Contigo siempre es difícil. Eres altanera, estúpida, y tienes aires de grandeza. ¿Quién te crees que eres, taconeando por los pasillos como si de la señorita Monroe se tratase?
Hoy te he vuelto a ver pasar, con tu vestido amarillo y tus bucles infinitos. Parecías el sol, tan deslumbrante, tan perfecta... Tan magnífica. Y te odio por ello. Mírame. Te odio por tu dulce sonrisa, por tus movimientos de gacela. ¿Por qué eres tan feliz? Mírame. Estás radiante. Los volantes de tu vestido se balancean al compás de tus caderas. No me jodas, la gente se gira a tu paso. ¿De dónde has salido? ¡¡Mírame!! Estoy ahí, siempre estoy ahí. Lo sé todo de ti, y a la vez no sé nada. No puedo saber nada porque no estás cuando te necesito. Daría lo que fuera porque te volvieras en este momento, y me dedicaras uno de tus milisegundos, una de tus fugaces miradas. ¿Por qué no me miras? Te odio. Mierda, te odio demasiado. Tanto que me afecta. Tanto que sigo viéndote todos los días para recordarme que te odio. ¿Por qué no te das cuenta de que existo? Sí, sí que lo sabes. A veces te pillo mirándome de reojo. ¿Piensas que soy un bicho raro? Claro, a ti te lo han dado todo. Sólo tienes que preocuparte de estar hermosa para el mundo, ¿Verdad?
Te sientas encima de la mesa y jugueteas con un bolígrafo, y no puedo dejar de lamentarme por haberte conocido. Haces mi vida un infierno. Te odio. Pero, Dios, cómo me atraes. Desearía arrancarte la ropa a mordiscos y devorarte ahí mismo. Sin miramientos. Maldita pija estrecha, seguro que sabes lo que estoy pensando, y me crees un vulgar pervertido pero, joder, ¡Qué esperabas! Si no puedo tenerte, al menos desearía acabar con mi agonía más animal, mis instintos más básicamente naturales. Además, es por tu culpa, por estar tan jodídamente buena. Y yo, a dos escasos metros de ti, con mi cara de idiota por defecto. Claro que tú ni siquiera te das cuenta de eso. ¿A quién quiero engañar? Seguirán pasando los días, las semanas, y te seguiré viendo pasar cada mañana por este pasillo, con tus vestidos, con tus bucles, con tus sonrisas, esperando un milagro.
Y entonces me miras, me sonríes (¡Me sonríes!). Espera, ¿Es a mí? Me giro. No hay nadie detrás. Vuelvo a chocar mis ojos con los tuyos. ¡Sigues mirándome! ¡Dios, no puedo creerlo! Contengo la respiración. Creo que me aprietan los vaqueros. Mis neuronas están saltando por todo mi cuerpo, y mi séptimo sentido está a flor de piel.
Cuando vuelvo en mí, ya está, ya te has ido, pero aún puedo oler las flores de tu pelo. Pero, eh, no te engañes, tan sólo acabas de conseguir que mi vida valga la pena un día más.
Hoy te he vuelto a ver pasar, con tu vestido amarillo y tus bucles infinitos. Parecías el sol, tan deslumbrante, tan perfecta... Tan magnífica. Y te odio por ello. Mírame. Te odio por tu dulce sonrisa, por tus movimientos de gacela. ¿Por qué eres tan feliz? Mírame. Estás radiante. Los volantes de tu vestido se balancean al compás de tus caderas. No me jodas, la gente se gira a tu paso. ¿De dónde has salido? ¡¡Mírame!! Estoy ahí, siempre estoy ahí. Lo sé todo de ti, y a la vez no sé nada. No puedo saber nada porque no estás cuando te necesito. Daría lo que fuera porque te volvieras en este momento, y me dedicaras uno de tus milisegundos, una de tus fugaces miradas. ¿Por qué no me miras? Te odio. Mierda, te odio demasiado. Tanto que me afecta. Tanto que sigo viéndote todos los días para recordarme que te odio. ¿Por qué no te das cuenta de que existo? Sí, sí que lo sabes. A veces te pillo mirándome de reojo. ¿Piensas que soy un bicho raro? Claro, a ti te lo han dado todo. Sólo tienes que preocuparte de estar hermosa para el mundo, ¿Verdad?
Te sientas encima de la mesa y jugueteas con un bolígrafo, y no puedo dejar de lamentarme por haberte conocido. Haces mi vida un infierno. Te odio. Pero, Dios, cómo me atraes. Desearía arrancarte la ropa a mordiscos y devorarte ahí mismo. Sin miramientos. Maldita pija estrecha, seguro que sabes lo que estoy pensando, y me crees un vulgar pervertido pero, joder, ¡Qué esperabas! Si no puedo tenerte, al menos desearía acabar con mi agonía más animal, mis instintos más básicamente naturales. Además, es por tu culpa, por estar tan jodídamente buena. Y yo, a dos escasos metros de ti, con mi cara de idiota por defecto. Claro que tú ni siquiera te das cuenta de eso. ¿A quién quiero engañar? Seguirán pasando los días, las semanas, y te seguiré viendo pasar cada mañana por este pasillo, con tus vestidos, con tus bucles, con tus sonrisas, esperando un milagro.
Y entonces me miras, me sonríes (¡Me sonríes!). Espera, ¿Es a mí? Me giro. No hay nadie detrás. Vuelvo a chocar mis ojos con los tuyos. ¡Sigues mirándome! ¡Dios, no puedo creerlo! Contengo la respiración. Creo que me aprietan los vaqueros. Mis neuronas están saltando por todo mi cuerpo, y mi séptimo sentido está a flor de piel.
Cuando vuelvo en mí, ya está, ya te has ido, pero aún puedo oler las flores de tu pelo. Pero, eh, no te engañes, tan sólo acabas de conseguir que mi vida valga la pena un día más.