sábado, 3 de noviembre de 2007

La niña que nunca creció

Se sentó en el banco y le colgaban las piernas. Mientras jugueteaba con una moneda pensó que no quería ser adulta. Siendo niña no podrían arrebatarle su tesoro más preciado, que no era otra cosa que sus sueños. Nadie querría las fantasías de una criatura inocente, ni siquiera los malos de los cuentos que tantas noches leía y releía en su cama de algodón, con la esperanza de dormirse e introducirse en alguno de ellos... Por ello aún estaba a salvo.

Una noche de entre todas las noches, un hada se posó en su almohada, grácil y delicada como una mariposa. Con sumo cuidado, le susurró al oído:

"si quieres proteger tu tesoro, tendrás que sentarte todos los atardeceres en el banco de madera que hay afuera. Mientras tus pies no toquen el suelo estarás a salvo. Cree en ti, cree en ti, cree en ti...dulce niña"

Se despertó oyendo aún el suave tono de su voz. No podía creer lo que había sucedido. ¡Por fin formaba parte de un cuento! De hecho, ¡de su propio cuento!

A partir de entonces fue muy cuidadosa en todos los aspectos de su vida. Estaba dentro del cuento, y no quería que acabase mal, porque esos la hacían llorar. Pero en todo cuento que se precie, siempre había enemigos. Hombres, animales, o cosas que se interponían en su destino para tratar por todos medios de arrebatarle la sonrisa, la inocencia... y sobre todo la niñez. Ellos la hacían crecer cuando no miraba, mientras dormía. Cada mañana se notaba más alta que el día anterior, y era en los atardeceres cuando más cerca encontraba sus pies del suelo al sentarse tímidamente en el viejo banco de madera. Estaba creciendo, y pronto la atraparían como quien caza un caracol. Indefensa, sintió temor, miedo e incertidumbre, y muchas veces casi se rindió. Casi.

Cuando más triste estaba, recordaba al Hada de las Madrugadas (así la bautizó), que cada noche le susurraba al oído "Cree en ti, cree en ti, cree en ti..." Y creía. Sacaba fuerzas de la nada, y luchaba por sobrevivir; y entonces ocurría algo mágico: el banco de madera crecía, y aunque ella crecía con él, sus pies nunca tocaban el suelo.

Así fue como se fue haciendo mayor, sin dejar en ningún momento de ser niña. Así descubrió que el Hada de las Madrugadas no era otra que ella misma. Así conservó sus sueños e ilusiones, y nadie jamás podría arrebatarselos. Pero lo más importante, es que algún día esos sueños se harían realidad...

Esta tímida niña os dice como moraleja que jamás perdais vuestros sueños por el camino. Que los tengais bien sujetos. Porque si los perdeis, puede que cuando os deis cuenta y querais recuperarlos, os los hayan robado. Y sobre todo, soñad. Soñad día y noche, dormidos y despiertos, como hago yo...


Que tengais dulces sueños :)

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